Una periodista de un medio digital de España me ha escrito pidiéndome un balance de la Bienal Siart. Todavía le quedan algunos días al despliegue de las actividades —la más importante: el taller sobre pintura que dictará Gabriela Siracusano—, pero esto no detendrá la escritura de este texto provisional de valoración, no tanto del evento en sí sino de la configuración que éste adquirió a partir del trasfondo político que le tocó vivir, evidenciando algunos de los desafíos que el arte contemporáneo local debe plantearse.
La marcha en defensa del TIPNIS nos sorprendió a todos, nos obligó a redireccionar la mirada, más aún con las conmovedoras escenas de apoyo que fue recogiendo a su llegada a nuestra ciudad. Tuvo la fuerza de instalar en el lenguaje de la calle y en la opinión pública la palabra TIPNIS, hasta entonces desconocida por gran parte de la población, con una contundencia inédita. Esta sigla se propagó como un virus, estaba lo mismo en la boca de niños, jóvenes y adultos, tanto en los mercados como en la televisión, en los taxis, o a modo de grafiti en el baño público de cualquier parte. La marcha fue como una cuchilla, efectuó un profundo corte transversal en nuestra sociedad, y en este sentido funcionó como dispositivo de lectura. Interesante que entre todo el apoyo multitudinario que logró, muy pocas personas conocíamos la reserva natural que se halla entre Cochabamba y Beni, pero eso no fue limitante. Más allá de los adeptos oportunistas que fueron surgiendo, se despertó una auténtica consciencia ecologista entre la ciudadanía. En la editorial del número 27 de Animal político se destacaba incluso el nuevo uso que una comunicadora le había dado a la palabra TIPNIS: como una manera de describir un estado de ánimo actual: estar “entipnados”, en el sentido de estar indignados, pero también emputados.
Y hay mucho que aprender de esta marcha, de todo lo que trajo consigo, de sus efectos. Como casi todo en el último tiempo, la Bienal también se “entipnó”, pero en el sentido de que “se impregnó” del TIPNIS. Y todo esto debe ir en un balance puesto que constantemente nos fuimos refiriendo a la Bienal como una plataforma de aceleración de transferencias informativas, como un dispositivo de lectura, como un diagrama de intervención en la escena artística local… y ahora queda la sensación de que todo esto lo ha cumplido la marcha-TIPNIS con una eficacia infinitamente superior. Hubo días en que tuvimos necesidad de preguntarnos: ¿qué sentido tiene organizar un evento de arte cuando está pasando todo esto en el país, en la calle, a unos pasos de aquí, y el entorno nos urge a ocupar nuestro tiempo en cuestiones más inmediatas? Pero la respuesta siempre era la misma, no había por qué disociar ambas cosas siendo que la propuesta curatorial diseñada por Justo Pastor Mellado, Diálogos en la complejidad, apuntaba justamente al ojo de la papa. En una entrevista realizada por Carolina Castro, Justo señala: “No hay que pensar de qué modo una Bienal puede interferir en un contexto social, sino más bien de qué manera el contexto social y político interfiere en los formatos de exposiciones, de intervenciones de arte en el espacio público, de iniciativas editoriales, etc. […] Las interdependencias que reconozco observan, por ejemplo, de qué modo el arte de la performance se queda en falta en una sociedad que vive en constante movilización callejera, donde el desfile político y el carnaval diseñan una presencia corporal extremadamente compleja”.
De golpe uno se da cuenta de que la multitudinaria movilización de los indígenas de tierras bajas fue una verdadera intervención artística. Pocos países pueden hacer alarde como el nuestro del vigor y la potencia que tienen sus movimientos sociales. Raúl Prada se anima a decir en un libro de investigación que los movimientos en Bolivia son disparadores para la creación de nuevos conceptos filosóficos. Sería interesante trabajar el concepto de “intervención” a partir de lo que este movimiento ha generado.
En el seminario de la Bienal un estudiante de la carrera de Artes de El Alto lanzó una pregunta que provocó a más de uno: “¿Puede la ejecución real de un ser humano ser considerada obra de arte (contemporáneo)?” Nos llevaba de vuelta a la discusión de los límites del arte. El español Miguel Cereceda, uno de los invitados estelares, agregó la cuestión de si debíamos ver el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York como una perfecta intervención artística. Temas típicos de los encuentros de arte internacionales.
Pero después de lo acontecido en nuestro país ya no podemos seguir masticando los mismos bizcochos importados de Occidente, y no sólo en el arte. Fortalecer la escena local, antes que impulsar el ingreso de obras nacionales en el mercado de arte internacional, objetivo de esta Bienal, significa pensar lo que pasa aquí y operativizar conceptos.
Darse cuenta, por ejemplo, de que la marcha en defensa del TIPNIS fue la obra de arte, una verdadera intervención artística. Aceleró la llegada de una información que no estaba en el lugar; intervino el espacio público de La Paz, por nombrar uno, y reorganizó el estado de cosas existente.
ARTE. Laymert García, uno de los jurados de la Bienal, lanzó estos criterios en una entrevista para la revista digital Palabras más: “Uno puede decir, bueno entonces no se tiene criterio, si todo es arte nada es arte; pero la cosa no es así, porque uno puede ver en obras diferentes cómo éstas resisten a su desciframiento de una cierta manera, y que pueden tener muchos sentidos que uno puede descubrir con el tiempo y con la transformación de la mirada. […] Creo que lo más importante es el cambio de mirada, me gusta mucho la definición de Gillles Deleuze, que ve el arte como una creación de mundos. ¿En qué sentido? Si yo veo obras que cambian mi mirada, mi percepción del mundo, el mundo es otro, no es más el mismo. […] El espectador hace parte del proceso, creo que hoy más que antes, es parte del trabajo”.
El día del recibimiento de la marcha en La Paz se veían letreros que decían cosas como “Nunca más Bolivia sin los indígenas”. ¿Qué obra de arte contemporáneo puede generar un efecto tal en la población? La lección queda para los próximos organizadores de la Bienal, pero principalmente para el gobierno de Evo: Uno, los indígenas se hicieron más visibles y no necesitaron del Gobierno, que cree hablar por ellos. Lección dos: no crean que todo se logra por la identificación con los rasgos indígenas de un líder; ya no identificación sino devenir, impregnación; ¿hubo un devenir-TIPNIS de La Paz? Última: la construcción de un Estado plurinacional, en un contexto complejo, es una obra de arte contemporáneo, y como tal, el peor error consiste en creer que se puede llegar a algún lado olvidando que el espectador (los gobernados) son el proceso.
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