Estando sólo a unos pasos, justo antes de entrar, un hombre del campo de baja estatura se detiene cerca de la entrada, encurva la espalda y se sopla el moco estrujándose la nariz con dos dedos. Son casi las siete y empieza a oscurecer. Todo estaría muy calmado de no ser por uno de esos antiguos micros azules de la línea 2 que viene de subida metiendo una bulla tremenda, como si su cansado motor estuviera tratando de lanzar un alarido con la boca llena.
Inicialmente, la obra me parece perfecta para referirse a una de las consignas que el curador general de la Bienal, el crítico e historiador del arte Juan Pastor Mellado, ha planteado: pensar en infraestructura para las artes, pero ya no repitiendo el síndrome modernista de la sala-de-exhibición, sino para promover los espacios editoriales como formato temporal expansivo de iniciativas locales de arte contemporáneo. ¿Plantea la obra de Santiago Contreras la cuestión de la imposibilidad del formato sala-de-exhibición para el arte contemporáneo de punta?
De un salto ingreso al espacio y me encuentro con un espectador con cara de atónito. “¿Usted va a hacer la explicación?”, me pregunta algo perdido. Se trata de un hombre delgado, de tez morena y ropa sencilla. No sale de su asombro al verse dentro de ese espacio lleno de escombros y de paredes descascaradas. El museo es pequeño, dos cuartitos y unas ventanas tapadas por unas cortinas negras. En el primer espacio se proyecta un video donde ha quedado registrado el trabajo de los seis albañiles contratados. Desde afuera se escucha como si el lugar estuviera ocupado por gente trabajando; muchos de los transeúntes no se imaginan que aquí se “exhibe” una obra de arte.
Mi inusitado interlocutor se llama Rolando y me cuenta que es un albañil. Comenzamos a ver y tratar de entender qué es lo que pasa ahí: el sonido de los albañiles picando, paredes desblanqueadas que dejan ver los ladrillos del muro original y otras que dejan ver el adobe... Un espacio a medio-des-vestir. Rolando va soltando sus apreciaciones, completamente prácticas: “¿Para qué habrán dejado esta escalera aquí?”, “era que lo hagan volar este suelo de una vez para que sea más original”, “todo siempre está ahí por algo”, “esta puerta aquí debe ser secreta”. “Debe ser arte esto, estoy seguro”.
En una pared se lee un texto de Santiago Contreras: “Me interesan los procesos constructivos como situaciones inacabadas. Me interesan esas arquitecturas que surgen antes de la arquitectura, y que la constituyen, sin estar necesariamente en el producto final […]. Descascarar los muros es un acto de rebeldía ante el proceso lógico de la construcción, es retornar al pasado, al estado original, bruto, del material que delimita el espacio… […]. El proceso de desblanquear la sala del museo constituye revertir el sentido arquitectónico del espacio; lo que queda, el vértigo material del revoque de yeso, es reinterpretado como escultura, como testimonio del suceso, como hecho táctico de la historia”.
Quizás el imaginario inconsciente de esta obra sería más poderoso siendo presentada en Chile, donde los derrumbes de espacios patrimoniales provocados por los terremotos de febrero del 2010 modificaron drásticamente las agendas de los artistas locales. A pesar de que nosotros no hemos sufrido un terremoto de esa magnitud, deberíamos pensar que infraestructura para las artes significa ir más allá de la delimitación material. Por lo pronto, sin urgencia externa, la mediocridad de ciertos artistas locales consiste en conformarse con colgar algo en un museo y aparecer en un catálogo. ¿No nos habla la obra del carácter deshabitado del arte contemporáneo en un museo? La visión moderna del arte no podrá concebir nunca la creación de espacios para la producción de prácticas artísticas contemporáneas.
Rolando se ha ido intrigado, y yo me dirijo al auditorio de la Alianza Francesa, donde se está realizando uno de los ciclos de Encuentros de arte. Uno de los invitados es Santiago Contreras. Aprovecharé para averiguar si su intención conceptual calza con el problema que estoy queriendo plantear con su obra. Responde: “Me interesa más la operación de deconstruir para reconstruir una memoria”. Santiago lamenta que el jurado no verá la otra parte, que sucede cuando él tiene que encargarse de restaurar el muro. En la reunión se observa: “La misma Bienal debería encargarse de entregar tal como estaba el espacio, y no dejarle esta tarea al artista”. Lo que no toman en cuenta es que la Bienal Siart no se puede ocupar de un asunto así porque es una especie de aparición ficticia temporal, sin fortaleza institucional, que provoca algunos efectos en lo real. Sin embargo, debería considerarse el tema a nivel gestión para la próxima versión.
Es hora de irse. La obra es sustanciosa en varios niveles, un punto alto de la Bienal. Todavía resuena la pregunta en mi cabeza: “¿Para qué habrán dejado esta escalera aquí?
El Siart en Sopocachi
Espacio Patiño (Ecuador y Salinas), Alianza Francesa (20 de Octubre y Guachalla), Centro de Arte y Atipaña (Ecuador).
Hola, qué bien que subieron este texto, pero falta mencionar al autor. Este artículo lo publiqué en 2011 en Tendencias del diario La Razón, firmando como Jorge Luna Ortuño. Agradecería que lo respeten en este blog. Saludos.
ResponderEliminarHola, qué bien que subieron este texto, pero falta mencionar al autor. Este artículo lo publiqué en 2011 en Tendencias del diario La Razón, firmando como Jorge Luna Ortuño. Agradecería que lo respeten en este blog. Saludos.
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