Tania Delgadillo Rivera - periodista y crítica de danza
La danza nació de la necesidad de expresar sentimientos y sensaciones del cuerpo y el alma. La danza escénica, por su parte, representa una búsqueda; emprender un recorrido en la profesionalización de este arte efímero. La danza nos recuerda que bailarines y bailarinas trabajan un tipo de energía, que Barba clasifica “de lujo”, es decir que cuando estamos frente a una escenificación, no vemos sólo unos cuerpos que se mueven con más o menos destreza o virtuosismo, o ante creaciones más o menos perfectas desde el punto de vista coreográfico sino que nos enfrentamos a la experiencia del fluir energético que nos transmiten las y los bailarines.
Esta reflexión de partida me permite abrir un comentario a propósito de la obra presentada recientemente por la escuela de danza Mandala, dirigida por Truddy Murillo, bailarina y maestra de danza, con un recorrido en las tablas, tanto en compañías como en el Ballet Oficial, en lo que respecta a la danza clásica, o como en Vidanza, en lenguajes más contemporáneos.
Su trabajo Imaginario Circo del Sol me ha dejado esa grata sensación de aires frescos en la formación de las nuevas generaciones de bailarines. En esta obra, que se presenta como resultado del trabajo realizado en su escuela Mandala, mostró un estilo personal de hacer danza, impronta que se deja ver en sus jóvenes estudiantes.
Trabajar inspirados e inspiradas en el Cirque du Solei, que se caracteriza por una desbordante imaginación y creatividad, fue un acierto, desde el punto de vista pedagógico, para generar un ambiente mágico y motivación para las y los jóvenes artistas, pues esa fue la sensación manifiesta del público. Murillo,en esta ocasión, creó una coreografía fresca y desprejuiciada, donde la caracterización de los personajes contó con los aportes de sus estudiantes, lo que permitió que éstos expresaran algo más de sí mismos.
Lo que se pudo observar sobre el trabajo de formación que realiza Murillo es que no se reduce a la práctica de técnicas dancísticas, ya sean clásicas o contemporáneas, como el jazz, sino que incorpora elementos de actuación, donde la interpretación de los personajes y la expresión corporal son elementos fundamentales que dejan esa sensación de naturalidad.
A modo de cierre de este breve comentario, pretendo compartir algunas reflexiones sobre la danza y el trabajo corporal, que buscan motivar a las y los creadores de la danza a tener presente que “trabajar sobre el propio cuerpo es también descubrirlo y resignificarlo, humanizarlo” y no sólo buscar perfección técnica, como anota el investigador mexicano Javier Contreras en su ensayo Danza y enamoramiento. Es imprescindible pensar que el aprendizaje de la danza se produce (o al menos debiera implicar una búsqueda en ese sentido) desde la singularidad, que es donde se constituye la persona como ser danzante, experiencia que de ser así puede llegar a convertirse en única y privilegiada.
Adiós a Richard Hamilton - A los 89 años murió uno de los mayores representantes del por art británico
Estrella de Diego - crítica
Nacido en Londres en 1922, Richard Hamilton es una figura crucial del arte del siglo XX. Todo el mundo conoce la emblemática obra de Richard Hamilton titulada Pero ¿qué hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos? (1956). En un apartamento de aspecto moderno observamos, tras unos amplios ventanales en el fondo que nos muestran una visión nocturna de la ciudad, un interior con un mobiliario más o menos exótico, en el que lo sorprendente es la presencia de un joven atlético que porta en su brazo derecho unas pesas, con el rótulo de Pop mientras en un sofá transversal una joven rubia también desnuda e igualmente bien dotada se mesa el cabello mirando hacia otra parte. Todo el ambiente está amenizado por un aparato reproductor de sonido que indudablemente alegraba el atardecer a estos jóvenes.
Es improbable que la realidad social británica se constituyera en la década de 1950 en el modelo del capitalismo industrial, pero la imagen de Hamilton, hecha con collages fotográficos y con un dibujo sintético, no se puede negar que estaba en la vanguardia de lo que en la siguiente década divulgó el pop art americano.
¿Cómo entonces este joven británico, cuyos estudios sobre arte se habían prolongado hasta 1951 por causa de la II Guerra Mundial, pudo convertirse en el heraldo de lo que ha constituido desde entonces hasta ahora la tendencia artística dominante, técnica y simbólicamente? La clave se debe, por un lado, al descubrimiento temprano de la obra de Marcel Duchamp y, por otro, a la lectura del libro Sobre el crecimiento de la forma, de D' Arcy Thompson. La biografía artística de Richard Hamilton discurrió en los canales normales de una sociedad británica todavía provinciana pero que, entre 1952 y 1957, genera núcleos de inconformismo y experimentación, como el Independent Group.
Después de unos inicios tan fulgurantes y espectaculares, la obra de Hamilton se sumergió en una investigación coherente, aunque más discreta, en la que este artista siguió explorando el mundo de los interiores domésticos y en general de la rápida transformación urbana de la civilización occidental. Es muy característica la serie titulada Interiores (1964-1979), en la que sigue con incorporaciones entremezcladas de elementos extraídos de la vida cotidiana y de la historia del arte.
Como suele ocurrir con el arte y los artistas de nuestra época, cuyo acelerado consumo hace que, al margen de su calidad, tengan una duración extraordinariamente limitada, Richard Hamilton después de la década efervescente del pop art de los sixties entró en un crepúsculo de invisibilidad. Sin embargo, no sólo el talento sino la extraordinaria vitalidad de este artista, al que era difícil jubilar, como le suele ocurrir a todos los grandes, hizo que Richard Hamilton se resituara constantemente en la batalla hasta, como quien dice, morir con las botas puestas.
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