La dama del armiño es una de las obras fundamentales de la exigua producción artística de Leonardo da Vinci y, por extensión, una de las grandes joyas del renacimiento italiano. La tabla de 54,8 por 40,3 centímetros fue pintada hacia 1490 y se considera que revolucionó el arte del retrato por variadas e inmateriales razones que incluyen ese movimiento en espiral que asciende por la cabeza; el estudio anatómico de las manos, el rostro y el cuello; ese aire que se diría tangible (sfumato) y, sobre todo, su armónica e imperecedera belleza renacentista. La obra ha sobrevivido dos guerras mundiales, expolios nazis e intentos de agresión. El príncipe Czartoryski, propietario de la obra y del resto de una valiosísima colección depositada en el museo de Cracovia, la ha prestado a Madrid, donde se expone ahora mismo y hasta septiembre. “La historia de este cuadro”, según Nicolás Martínez-Fresno, director de Patrimonio Nacional de España, “ha corrido casi paralela a la de la propia Polonia”. La peripecia incluye episodios como el hallazgo en 1939 en las catacumbas de un castillo polaco y su posterior requisición por las fuerzas invasoras nazis, que la enviaron al Museo del Kaiser Friedrich en Berlín. En 1940, Hans Frank, general del Gobierno de Polonia, exigió la restitución del tesoro a la ciudad de Cracovia, lo que, en la ignominiosa práctica, supuso que esta acabase adornando la villa privada del militar. La suerte de la pintura previa al muy convulso siglo XX comenzó en realidad en Milán. Leonardo la creó por encargo del duque Ludovico El Moro. La dama es Cecilia Gallerani, tan bella como joven amante del duque, retratada con 17 años, cuando Leonardo contaba poco más de 40. ¿Y el armiño? El animal daba sobrenombre al duque. La única polémica que arrastra la obra es, precisamente, la naturaleza de la criatura: ¿Es una comadreja? ¿Un hurón? El País, Madrid
domingo, 21 de agosto de 2011
Leonardo y ‘La dama del armiño’
La dama del armiño es una de las obras fundamentales de la exigua producción artística de Leonardo da Vinci y, por extensión, una de las grandes joyas del renacimiento italiano. La tabla de 54,8 por 40,3 centímetros fue pintada hacia 1490 y se considera que revolucionó el arte del retrato por variadas e inmateriales razones que incluyen ese movimiento en espiral que asciende por la cabeza; el estudio anatómico de las manos, el rostro y el cuello; ese aire que se diría tangible (sfumato) y, sobre todo, su armónica e imperecedera belleza renacentista. La obra ha sobrevivido dos guerras mundiales, expolios nazis e intentos de agresión. El príncipe Czartoryski, propietario de la obra y del resto de una valiosísima colección depositada en el museo de Cracovia, la ha prestado a Madrid, donde se expone ahora mismo y hasta septiembre. “La historia de este cuadro”, según Nicolás Martínez-Fresno, director de Patrimonio Nacional de España, “ha corrido casi paralela a la de la propia Polonia”. La peripecia incluye episodios como el hallazgo en 1939 en las catacumbas de un castillo polaco y su posterior requisición por las fuerzas invasoras nazis, que la enviaron al Museo del Kaiser Friedrich en Berlín. En 1940, Hans Frank, general del Gobierno de Polonia, exigió la restitución del tesoro a la ciudad de Cracovia, lo que, en la ignominiosa práctica, supuso que esta acabase adornando la villa privada del militar. La suerte de la pintura previa al muy convulso siglo XX comenzó en realidad en Milán. Leonardo la creó por encargo del duque Ludovico El Moro. La dama es Cecilia Gallerani, tan bella como joven amante del duque, retratada con 17 años, cuando Leonardo contaba poco más de 40. ¿Y el armiño? El animal daba sobrenombre al duque. La única polémica que arrastra la obra es, precisamente, la naturaleza de la criatura: ¿Es una comadreja? ¿Un hurón? El País, Madrid
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