Las ilustraciones (60x40cm) están inspiradas en las estampas japonesas. Así de sutiles son las líneas, los colores, aunque cuanto perfilan son miradas a la intimidad de los bolivianos: cuerpos rollizos, morenos —“a mí me encantan las carnecitas”—, de ancianos, calvos; heladeros con sus cholitas, etc. Seres de carne y hueso, con los que uno se topa a diario en las calles de La Paz o El Alto y de los que, con el trabajo de Archondo, uno descubre ahora en su erotismo, en su forma de amar.
Las obras llevan textos que parecen ser parte de la imagen, tal cual sucede con los kanjis nipones, aunque una vez que uno se percata, se trata de leyendas que se leen de arriba para abajo: tan cotidianas como que llevan el aquicito, el uuuta! y otras bolivianeces.
Que el voyerismo es contagioso, se probará, pues, entre el 5 y el 28 de abril, tiempo en que se podrá ver las ilustraciones que luego, dice Archondo, formarán parte de un libro con más sobre el erotismo de los bolivianos.
Algo de los textos
Arxondo estudió cinco años en la Academia de Bellas Artes y otros cinco en la carrera de Artes de la UMSA. Fue parte del grupo Viñetas con Altura, que organiza el Festival Internacional de Cómic en La Paz. Integró el colectivo de El Fanzineroso y publicó en el libro de historietas La fiesta pagana.
Miguel Vargas Saldías
Kenzo Kusuda, un romántico generoso
El llanto de un bebé —una inexplicable pero recurrente situación en los espectáculos para adultos— activó la performance del artista japonés radicado en Holanda, Kenzo Kusuda, en el Espacio Arte Vidanza de Sopocachi. Su improvisación dejó patente el dominio que tiene el artista de su cuerpo y el escenario, además de demostrar que la danza es la indicada para acercar almas más allá de los idiomas.
El coreógrafo y bailarín, casi despojado del aura que brinda la iluminación de un escenario tradicional, supo brillar mirando a los ojos y respondiendo a los estímulos de los espectadores.
Sugerentes y sutiles sonidos de una guitarra, un palo de agua y un cuenco dieron pautas para marcar cada paso del artista que empezó a desdoblar el cuerpo, lo proyectó de tal forma que supo llevar al público por atmósferas místicas.
La alarma de un coche a lo lejos, una risa, una puerta... Kusuda usó la voz, el rostro y el cuerpo para transformar lo mundano en mágico, lo usual en extraordinario. Por ello, cuando extendió las manos al público, éste supo responder a las señales del romance, coquetear con sus miradas...
La sinceridad y simplicidad de esta pieza volvió a demostrar que más allá de las culturas, el cuerpo humano habla un mismo idioma.
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