En el marco del IX Congreso de la Asociación de Estudios Bolivianos, el investigador Mauricio Sánchez Patzy, presenta este martes 25 de julio en el ABNB, a las 11:00, La ópera chola, un libro que tendrá los comentarios de Allison Spedding y Wálter Sánchez Canedo. Puño y Letra conversa en estas líneas con el autor.
Puño y Letra. 1999 es el año en que defendiste tu tesis de licenciatura La ópera chola. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Dinos, cuáles fueron las semillas iniciales para desarrollar tu estudio. De dónde salen las ideas primigenias que dan origen a lo que como tú dices, sería la brújula de tus estudios posteriores.
R. Al terminar mis estudios de Sociología en Cochabamba, tenía que afrontar el momento de decidir qué escoger como tema de investigación para la tesis. Como la música siempre me apasionó (soy bachiller del Instituto Eduardo Laredo, donde estudiamos música en las tardes, y me he dedicado mucho tiempo a la percusión), entonces pensé que sería interesante realizar un estudio sociológico sobre nuestra música popular, porque eso me motivaría para afrontar algo tan temido como “la tesis”. Mi énfasis en la música popular venía del hecho de que la música indígena, a la que valoro mucho, había sido relativamente más estudiada, de parte de etnomusicólogos de gran talla, como Max Peter Baumann, Walter Sánchez, Ramiro Gutiérrez, Gérard Borras, entre otros. Pero la música popular boliviana apenas sí había sido tomada en cuenta por las Ciencias Sociales como un tema valioso de investigación: sólo los folkloristas, los periodistas y los defensores de la identidad nacional escribían sobre nuestra música popular. Entonces, pensé que sería mi mejor tema de estudio. Esto ocurrió hacia 1990. Claro, al principio resultaba complicado abordar no sólo un género, un estilo, o un solo grupo de nuestra música popular, sino de tratar de mirarla en su conjunto. Pero bueno, la idea me provocó, y si bien me tomó bastante tiempo, creo que al final logré presentar un estudio sobre nuestra música popular que permita entenderla en su conjunto, además de analizar su vínculo profundo con la forma en que los bolivianos construimos nuestras identidades colectivas. Invito a leer el libro, allí podrán encontrar muchísimos detalles y reflexiones sobre los avatares maravillosos y muchas veces insólitos, de nuestra música popular.
P. Qué es lo que ha cambiado en el panorama de la música popular boliviana y su consumo desde entonces. Danos algunas claves para entender el complejo entramado del paisaje musical popular boliviano en la actualidad.
R. Podría sintetizar todo el proceso en la dicotomía tradición versus modernización, o también en la dualidad nación versus internacionalización. Si a fines de los años 80 la referencia más importante a la música popular boliviana era que representaba “el espíritu de la nación”, justamente desde fines del siglo XX la idea de lograr que esa nuestra música, cargada de identidad, sea, al mismo tiempo, de resonancia universal, se apoderó de muchos músicos. Tanto en el neofolklore boliviano, como en el rock, la tensión estuvo siempre en ser lo más universales posible, en triunfar en el mundo, y que los demás se postren de rodillas ante la magnificencia de nuestra música, sí, pero “sin perder las raíces”. Esto significaba que la música popular, en un proceso largo iniciado en los años 30 por músicos como Felipe V. Rivera, y otro más corto, iniciado por músicos como Los Jairas o Savia Andina en el periodo que va entre 1965 y 1975, se postulara a sí misma como una abanderada de las reivindicaciones nacionalistas y de identidad nacional. Sin embargo, y también en ese tiempo, corrió paralela la idea de que la música popular boliviana tendría que ser igual que la de otros países vecinos, es decir, sonar en las radios, cosechar éxitos mundiales, pegar en los gustos a lo largo del mundo, y cosas así. Con la implantación de valores neoliberales entre los jóvenes, de pronto la música popular boliviana de los años 90 buscaba el éxito internacional (cosa que claro, ya habían perseguido y logrado músicos como Felipe V. Rivera, Rigoberto Tarateño Rojas, Raúl Shaw Moreno o Mauro Núñez). Esta búsqueda del suceso ponía un poco en segundo lugar los afanes nacionalistas, para la época de la vuelta del siglo. Pero, con la llegada de Evo Morales al poder, vemos de nuevo el ascenso de un nacionalismo musical, expresado a veces de manera mucho más furiosa que en el siglo XX, y que intenta cantarle a la patria de todas las maneras posibles y expresarle un exagerado amor. Por otra parte, desde los años 60 vivimos la eclosión de las visiones juvenilistas del mundo, y junto a esto, el surgimiento de movimientos y estilos musicales muy segregados entre sí. Por eso digo que, en nuestra época, “cada quien tiene su música”, y esto puede generar más de una intolerancia con los que escuchan una música que representa la antítesis a lo que, de manera grupal, nosotros consideramos como la “buena” música. O sea que la música popular en Bolivia tiene una fuerte impronta socializadora y diferenciadora, más que significar la búsqueda estética de un músico solitario y creador. Casi siempre los músicos se debaten en la cuestión de que su música tenga sentido social: es decir, que sea valorado como un emblema de identidad del grupo al que pertenecen o al que quieren llegar con sus canciones.
P. El libro que ahora presentas en este encuentro, editado por Plural, es un enorme mapa de las relaciones entre la música y las pugnas por la identidad social en Bolivia, todo esto cruzado por el poder como eje movilizador de esas relaciones. En tus propias palabras, qué es y qué es lo que no es La ópera chola. Danos unas cuantas claves
R. La ópera chola es un estudio sociológico, pero al mismo tiempo histórico, sobre las pautas más importantes de la relación entre la música popular en Bolivia y la manera en que los bolivianos construimos y disputamos nuestras identidades colectivas. Fue la primera forma en que me aproximé a una pregunta que guía mi trabajo como sociólogo: ¿por qué somos como somos los bolivianos? Entonces pensé que sería interesante responder a esta pregunta estudiando algo a lo que le damos muchísima importancia en la vida cotidiana, pero poca en la reflexión sociológica: nuestra música popular, en todas sus facetas. No se trataba de hacer un catálogo extenso y exhaustivo de todos los músicos habidos y por haber, tarea, por lo demás, casi imposible (cada día me entero de la existencia de más músicos, conjuntos, estilos musicales de hoy o del pasado). Tenemos muchísima riqueza musical, pero al mismo tiempo se nos presenta como un universo prácticamente inabarcable y complicado de estudiar. Entonces me planteé el desafío de encontrar qué sentidos, qué lógicas sociales, mueven a la música popular producida, distribuida y consumida en Bolivia, y las formas en que esto ocurre. Por otra parte, no podía olvidar el tremendo influjo que tienen los repertorios musicales y los astros de la música popular de países como Estados Unidos, Argentina, Chile, México, Perú, Colombia, Brasil y otros, en nuestros gustos e identidades. Por todo eso, quise estudiar aquello que es lo más gravitante en la música popular, desde las últimas décadas del siglo XX. Dejé en un segundo plano la música indígena, pero también las formas de música “clásica”, e incluso el jazz, no porque no sean valiosísimas, sino porque preferí estudiar aquello que mueve multitudes: la música popular en el doble sentido de ser del pueblo, pero también de ser la escuchada por las mayorías.
P. Cuál es la música que ahora escuchas. Cuáles son tus bandas favoritas en Bolivia.
R. El hecho de escribir sobre la música popular en Bolivia no quiere decir que yo haya querido imponer mis gustos personales sobre la música. Espero haberlo logrado, pero es una tarea difícil, porque la música es un ámbito donde todos tratamos de definir quiénes somos. Yo en realidad soy muy ecléctico con mis gustos, y respecto a la música boliviana, te diré que sigo prefiriendo la música que se hizo en el siglo XX, con artistas tan grandes como Alfredo Domínguez, William Ernesto Centellas, Nilo Soruco, o el mismo Ulises Hermosa, de Los Kjarkas. Grupos tan sobresalientes como Los Payas, a mi modo de ver, han sido injustamente olvidados, y en el rock boliviano, ni qué decir de las propuestas musicales de Climax, 50 de Marzo, Sol Simiente Sur o Khonlaya, que si bien duraron poco, dejaron una herencia musical asombrosa. Wara, para mí, sigue siendo un grupo impresionante y fundamental. Sin embargo, me cuesta encontrar algo actual que llene mis expectativas musicales. Propuestas como la de Aviónica me parece que tienen mucho que aportar. Y claro, seguiré siendo un fiel escucha de nuestra cumbia. No de toda, pero de mucha cumbia que creo que representa lo más vital de mi experiencia personal. Y de Sucre, realmente me maravillo con los chuntunquis navideños, y de grupos como Los Destacados, que no sé si siguen tocando, pero que me sorprendieron mucho. Y claro, siempre me emocionaré con las profundísimas canciones de Matilde Casazola, una de las creadoras más importantes de América Latina.
EL AUTOR EN BREVE
Mauricio Sánchez Patzy (Sucre, 5/XI/1965). Sociólogo y artista. Reside en Cochabamba. Sociólogo por la Universidad Mayor de San Simón y magíster en Arte Latinoamericano por la Universidad Nacional de Cuyo, con la tesis: País de Caporales. Los Imaginarios del Poder y la Danza-Música de los Caporales en Bolivia. Al presente efectúa su tesis de Doctorado en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Es investigador independiente y docente universitario en la Universidad Mayor de San Simón. Ha publicado varios libros en colaboración, como Nudos SURurbanos: Integración y exclusión social en la zona Sur de Cochabamba (2009); ¡Están Aquí! Las Mujeres de Cochabamba. Libro conmemorativo por los 200 años de la Batalla del 27 de Mayo de 1812 (2012), y Cochabamba ante los ojos del mundo (2013), además de varios artículos en revistas académicas. En 2017 publica el libro: La ópera chola. Música popular en Bolivia y pugnas por la identidad social, coeditado por IFEA y Plural Editores.
SER DE SUCRE, UNA HERENCIA
"Guardo una relación con Sucre de muchísimo amor y nostalgia. Presentar mi libro aquí, de manera primicial, es para mí una gran satisfacción. Aunque vivo en Cochabamba, nunca dejaré de ser chuquisaqueño. Tuve la suerte de vivir mi infancia aquí, y de haber bebido de la herencia humana de mis mayores. Mi familia Carranza Siles, por ejemplo, me ha dejado una huella imborrable, tanto como la imagen de mi abuelo Alberto Sánchez Medina, un gran juez y un gran señor, cuyo ejemplo sigue vivo en mí. Mis primos, mis compañeros del San Cristóbal, el primer amor en la Simeón Roncal, las pocas cuadras que yo recorría, al volver de la escuela, entre el San Cristóbal y mi casa en la Padilla… las calles, los atardeceres, las colinas, los tejados y los celajes de Sucre, mi perro que era un perdiguero y se llamaba Tevito… todo lo que viví en Sucre es parte fundamental de mi vida y de quien soy. Por eso, para mí volver a Sucre siempre será un regalo de la vida, y algo de lo que siempre me sentiré muy orgulloso".