martes, 18 de septiembre de 2012

“Ondinas”, de Gonzalo Pozo (El Divino)


Óleo es mojar los pensamientos en el blanco amanecer del cáñamo. Inundar de estrías las cuadriculadas sombras de la muralla y ponerse en el camino para empezar una nueva vida. Meterse, poco a poco, con dificultad, por entre la tela y recobrar el ritmo normal de las alas. Un bamboleo de brazos que es un arrullo de verdes y de azules. Es aquello que espera, con la paciencia titilante de sus notas. Aquello que se desea brote fructuoso en un destello claro de fuego, y se desparrame encantado, lento y humilde. Un equilibrio de estrellas. Como cuando extenuado, suelto de un informe fardo, el ser descansa en un pináculo celeste y reciben sus oídos el aire de un spiritual. Como la erupción de una flor.

Óleo es como un manto salpicado de retoños que sobresalen arriba. Una pequeña canción de fruta, un modo de ayuda, un alivio constante. La magna vitalidad que hace flujo y reflujo. El llanto vigoroso derramado por todo el contenido. El amarillo concentrado, removedor de poros y cabellos. La ninfa centelleante, mimosa del pincel y de la carne. Un arrebato de amapolas sobre un cúmulo de espigas. La lluvia que se desprende de las cuencas de las manos de Aries. Un suspiro cadencioso. Una página sin fraude. El galope sin desmayo del centauro. La ascensión de unos peldaños. El sonido del silencio. El descanso de la mirada que, abierta, goza y goza. Observar desde atrás. Volar soberanamente.

Óleo es compartir gaviotas en el firmamento púrpura de Peña Grande, con Layla, Van Gogh, Paloma, la túnica del lama, Dylan atizando en la autopista, Hendrix en la encrucijada y el humo del incienso inundándolo todo. El rostro que aparece y desaparece. El recio rojo y el negro de brillantes. Un bramar de olas por cada latido del corazón. Un grito en sueños. El nácar de los sentidos. El olor de la mar. Marrón de la meditación. La huella comba de un cuerpo lacerado. Un jirón. Noche de callejas. Un retrato en el vacío. La brisa inquieta que engalana mástiles y pechos. Un recuerdo. Un escalofrío a la luz de la luna. Una melodía apasionada. Un río de caricias desangradas. Algo que tiñe de esperanza la ventana. El gris. El temblor del alma. Sentir los ojos de la figura, cómo se hunden en la amalgama de los colores, cómo se funden en un solo trazo acrisolado, cómo se hacen obra.

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