domingo, 8 de octubre de 2017

Novecento, una vida contenida en el mar



Un niño nace en un barco de migrantes rumbo a América en el año 1900. Sus padres lo abandonan sobre el piano del salón de baile de primera clase, tal vez con la esperanza de que una familia rica lo recoja y le dé una crianza digna. Quien lo recoge, sin embargo, es Danny Goodman, un marinero que bautiza al niño con el nombre de Novecento y lo cría como a su hijo a bordo del Virginian. Novecento se convierte en el mejor pianista sobre la tierra, o lo sería de no ser por el hecho de que jamás baja del barco.

Este texto, el único monólogo teatral escrito por el italiano Alessandro Baricco (autor de novelas como Seda), fue publicado en 1994 y se convirtió en una película del director también italiano Giuseppe Tornatore (dicho sea de paso, una obra maestra con música de Ennio Morricone y la actuación sobrecogedora de Tim Roth).

Estrenada en Sucre en diciembre del año pasado, Solo el mar, adaptación de Daniel Aguirre de la obra de Baricco, busca ser una experiencia immersiva para el público. La obra fue creada para ser puesta en escena en un área de la iglesia de Santo Domingo que incluye el coro y los tejados. En ese espacio la obra comienza desde la calle, donde el público espera para entrar al “navío”, y es conducido por el actor hasta la “cubierta”, donde los tejados rojos de la ciudad entera, sus luces, sus colinas lejanas se convierten en el océano.

En Solo el mar, Daniel Aguirre adapta el texto de Baricco de manera a la vez sutil y brutal. Sutil porque el texto apenas cambia de su versión original. Brutal porque, en lugar de ser un narrador vestido de frac que cuenta toda la historia de Novecento, el actor se transforma en los personajes que atraviesan el relato, y “atraviesan” es la palabra correcta porque los personajes también atraviesan al actor, lo golpean como olas y él, dúctil, se entrega a ellos una y otra vez, y si digo que los personajes son como olas es porque algunos son violentos y otros, Novecento, por ejemplo, son suaves como espuma deslizándose en la arena. Y así, en esta obra el actor es también semejante al mar, ahora deslizándose, ahora reventando sobre una roca, ahora triste y lejano emitiendo un profundo murmullo, ahora bailando iluminado de una dicha misteriosa.

Como todas las creaciones de Aguirre desde 120 kilos de jazz, Solo el mar es un espectáculo construido desde la música y el movimiento. Por un lado el jazz y composiciones propias que no acompañan sino que configuran las escenas de esta historia en que la música de principios de siglo es también protagonista. Por otro lado (o encima, o por debajo) el cuerpo del actor que encarna los personajes con una maestría es a la vez dominio y abandono. No sé cómo explicarlo. Creo que se trata de un control tan absoluto del cuerpo, que da la ilusión de que cada movimiento, cada salto, cada transformación se hace sin esfuerzo, es solo una danza lúdica que construye barcos y calmas y tormentas.

Si Seda es una novela sobre la nada (esa nada preciosa por la cual los hombres son capaces de cruzar continentes), Novecento es un texto sobre todo, sobre absolutamente todo, pero todo condensado en un barco, un cuerpo negado a vivir y una mente que viaja, imaginando el mundo. Así, para Novecento, el amor es la ausencia del amor, el campo verde donde germinan las semillas es una voz campesina que canta y desvanece, un hijo es un niño anónimo que va muriendo, la ciudad es un laberinto, un piano de teclas infinitas, y la amistad es un piano que acompaña una trompeta. Es una obra acerca del deseo y la soledad. Es una obra acerca de perder, saber perder y perder bien. Perder es un arte, como todo.

La obra se estrena en La Paz este miércoles 4 de octubre en el Teatro Nuna, lo que equivale a decir que, si te subes a ese barco y por una sola noche, La Paz va a tener mar.



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