lunes, 18 de enero de 2016

El Museo Nacional de Arte y la editorial Nuevo Milenio homenajean con un libro al pintor, escultor y arquitecto cochabambino Ricardo Pérez Alcalá



Los aficionados y los profesionales del arte no acaban de acostumbrarse a que Ricardo Pérez Alcalá ya no esté entre nosotros, dos años y medio después de su muerte. Por eso el Museo Nacional de Arte (MNA) y la editorial Nuevo Milenio han querido aportar a que su arte siga presente con un libro que trata de resumir en un solo volumen el legado del cochabambino, lo que resulta una tarea complicada porque fue un pintor, escultor y arquitecto tan productivo que se le atribuyen no menos de 7.000 obras. Finalmente se han seleccionado 46 pinturas, 8 caricaturas y 16 obras arquitectónicas que marcan los hitos más importantes de su carrera, y con ellas y varios textos se ha editado un libro planteado como una biografía y un homenaje, que se titula Ricardo Pérez Alcalá, el gran ausente, y que se publicará a finales de febrero.

El coordinador de la publicación, el editor e investigador Marcelo Paz Soldán, en un principio pensó en que “el título debía incluir la palabra misterio”, un concepto fundamental en la pintura de Pérez Alcalá, quien consideraba que una obra de arte tiene que contener siempre algo inescrutable, que sea muy difícil de comprender tanto para el creador como para el espectador. Se trata de un elemento indefinido y que se encuentra más allá de la razón, que invita a interpretar y esforzarse en descifrar lo que queda oculto tras la escena representada en la obra, y que tiene muchos elementos en común con la poesía.

Pérez Alcalá construye este misterio utilizando otro concepto también de su invención: el de los colores imposibles, aquellos que son muy difíciles de imaginar y reproducir porque no se encuentran en la realidad ni en la paleta del pintor, pero que “surgen al plasmar la pintura en el papel o lienzo”. “Emanan de los contornos de las figuras, ya que son la relación con otros colores, por lo cual los colores imposibles no son premeditados por el artista y no se pueden repetir fácilmente, surgen de una especie de azar pictórico semicontrolado”, según escribió él mismo.

Con estos elementos, Pérez Alcalá construyó una obra única de pintura en acuarela, “tan irrepetible como inclasificable”, añade Paz Soldán. Sobre ella se ha dicho que es surrealista, que es hiperrealista… pero la única etiqueta que el mismo artista se aplicó fue la del realismo mágico, un estilo que nació en la literatura y que Pérez Alcalá veía extensible a todas las artes, con un potencial artístico casi inabarcable. Una forma de crear que hizo famosa Gabriel García Márquez y que consiste en utilizar elementos fantásticos que dentro de la obra —la novela o el cuadro, en este caso— se hacen creíbles para el espectador o el lector, aunque éste sepa a ciencia cierta que fuera de ella no existen porque son absolutamente imposibles. Las composiciones, en especial los paisajes, de Pérez Alcalá tienen mucho de este realismo mágico.

El misterio y el color fueron las herramientas principales que hicieron de Pérez Alcalá el artista boliviano más conocido fuera de nuestras fronteras. Vivió y expuso en Perú, Ecuador y Venezuela antes de radicar en México, donde pasó 12 años que le llevaron a lo más alto del arte de aquel país, hasta el punto que uno de sus colegas de allá dijo: “…y pensar que el mejor acuarelista de México es un boliviano...”. Quizás la cumbre de su carrera internacional llegó en 2012, cuando expuso seis cuadros en el Salón de Oro del Museo del Louvre, en París: “¡Imagínate! ¡En el Louvre! Esto muestra de quién estamos hablando, este hombre era un monstruo”, dice, entusiasmado, Paz Soldán.

Pérez Alcalá creó escuela porque, a pesar de sus muchísimos premios y en contra de la costumbre de otros artistas, él estaba constantemente abierto a enseñar sus técnicas y sus misterios. Poseía una facilidad para comunicar de la que se beneficiaron sus alumnos de la Escuela de Arte de El Alto, en la que enseñó cuando volvió a Bolivia. También La Paz sacó provecho de su genio creativo pues, como arquitecto, es responsable de varios de los hitos de la ciudad, como la iglesia Corazón de María, en Miraflores, la Piscina Olímpica y la Normal Simón Bolívar, ambas en Obrajes, y la iglesia de San Miguel, en Calacoto.

Una obra inmensa e innovadora que resulta casi imposible de resumir en un solo tomo, pero que Ricardo Pérez Alcalá, el gran ausente, retrata con precisión, describiendo sus hitos más importantes con unos textos y, sobre todo, unas reproducciones de mucha calidad. Todo seleccionado, según Paz Soldán, con el criterio absoluto de que “el libro quede subordinado a la grandeza de ese importantísimo artista que fue Ricardo Pérez Alcalá”.



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