jueves, 29 de enero de 2015

Alejandro Archondo, cronista de la paceñidad a través de la ilustración

Es un "amante” de La Paz. Esa es la principal razón por la que este artista gráfico plasma a los personajes paceños, de los que se enamora. Los garabatos que inician la hechura de una de sus imágenes son el resultado de la observación que aún le permite sorprenderse y son el inicio de una de sus obras. Alejandro Archondo da así a luz a sus personajes.
Con sus 36 años, o 36 "luquitas”, ha ganado el primer lugar en el Premio Plurinacional Eduardo Abaroa, en la categoría de Ilustración digital, y varios otros reconocimientos. Es artista plástico, historietista, ha publicado con su editorial Lengua Viperina el libro GráfiK ErótiK y, además, es un conguero frustrado, según dice.
Es un hombre muy ordenado y su departamento da fe de ello. Recuerda que desde niño lo mejor que sabía hacer era dibujar, era su válvula de escape, su forma de pedir disculpas bajo el pseudónimo de Coco Alfaro. "A mi primera novia la conquisté así, en kínder. Ahí me di cuenta de lo valioso que era el dibujo; después me di cuenta de que era mi manera de sobrevivir en el colegio y mi conexión con el mundo”, dice soltando una carcajada.
Los personajes que forman parte de Chuquiago Marka, sobre todo aquellos "underground”, son la columna vertebral de todo aquello que plasma. Sus obras se han expuesto en más de cinco países, es gestor cultural y su influencia en el arte gráfico en Bolivia es innegable.
Jugársela con el arte
Conversador y coqueto de pura cepa, reconoce que era muy despistado en el colegio. Además, no era el estudioso ni el niño lindo de la clase, pero sí el blanco de lo que hoy se podría calificar como
bullying algo que lo convirtió en bueno para defenderse. Después de graduarse, ingresó a la carrera de Artes.
Cuando ingresó a la carrera en la UMSA, se dio cuenta de que quería vivir del arte, posteriormente estudió cinco años en la Academia Nacional de Bellas Artes. Resume esa parte de su vida como idílica, sin embargo, era muy académico y técnico, pero aún no encontraba su voz, aún no tenía una propuesta. Por aquellos años hacía copias de cuadros de Van Gogh, de Da Vinci y otros artistas y de eso vivía, lo que le causó una profunda crisis existencial.
En 2002 fue parte del Encuentro Internacional de Historietas, ésa fue la catapulta para el inicio de la búsqueda de aquello que muchos llaman estilo. "Siempre es la idea que cuando uno encuentra una veta en su expresión, hace siempre las pinturas o ilustraciones igualitas. Para mí eso no es encontrar un estilo, creo que el estilo es cuando puedes ser libre, mañana puedes hacer un estilo y pasado otro. Creo que el jugártela con el arte es los más importante”.
Su voz e identidad como artista la encuentra cuando empieza a convertirse en un voyerista por excelencia y proyectarse en personajes de La Paz que podían ir de lo marginal a lo académico, pasando por lo bohemio. Fue cuando lo académico a raja tabla se convirtió en una expresión interpeladora, transgresora en la que busca primero incomodarse a sí mismo.
Ser académico al inicio de su carrera artística: fue ese punto en el que se mintió en el arte. Pero, los personajes de La Paz romperían ese esquema para siempre.
Ciudad de locos
Considera que se ha liberado de los parámetros de la técnica, hoy la subordina al concepto. Su norte lo ha encontrado conociendo personas y los mundos dentro de ellas. Se dio cuenta entonces que tenía que ser una especie de cronista del contexto, de la imagen y de la gente de esa La Paz que es su cantera.
El mejor ejemplo de ello es su cuadro no finito que se llama Ciudad de Locos. Esa obra está conformada por una serie de retratos de las personas que conoce y que le han alucinado, hasta el momento tiene siete retratos, entre ellos el de su padre, Víctor Hugo Viscarra, El Papirri, entre otros.
Para él, si hubiese una crítica que le harían en el presente sería ser demasiado descarnado, que piense demasiado en el público o que sea demasiado descriptivo. Ello tal vez porque cree que el arte se ha alejado del espectador y esa es la principal crítica que se le hace al arte boliviano.
Para él, el combate al ego y el esfuerzo por ser humilde es importante, sabe que puede volar lo más alto que pueda como un cometa, pero que debe tener siempre un hilo que lo conecte a la tierra. Sabe que muchas veces hizo lo que le pedían, encargos artísticos, porque debía sobrevivir, pero que siempre ha sabido aprovecharse de ese espacio para incluir sus obras.
Si hay algo de lo que se ha dado cuenta es que quiere capturar imágenes, ya no sólo de La Paz, sino de otras ciudades bolivianas. "Creo que una de las cosas más lindas no es morir por el arte, sino vivir por él. El arte es un instrumento de interpelación, tiene que ser multivalente y polisémico”.

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