domingo, 21 de diciembre de 2014

Dance Studio Jazz, 25 años

LA ACADEMIA DE JAZZ DE WALTER ALBARRACÍN | ACABA DE CUMPLIR UN CUARTO SIGLO DE VIDA Y PRESENTÓ UN ESPECTÁCULO DE PRIMER NIVEL. FELICIDADES!

El 14 de este mes fue cumpleaños de Walter Albarracín y el 25º aniversario de Dance Studio Jazz, su obra magna. Fue un derroche de alegría, porque 120 chicas y 17 chicos, niños y jóvenes de todas las edades, junto a 20 maestros que conforman la planta técnica y la planta docente y administrativa se disputaron el honor de honrar a la vida con un despliegue de energía y unos trajes que se debería premiar a los diseñadores por su esplendor. Pero fue también un acto muy emotivo porque en el público reunido en el teatro del Instituto Eduardo Laredo no sólo había familiares de las bailarinas y bailarines sino ex alumnas y ex alumnos de Walter, que lo felicitaron por su cumpleaños, y madres de familia que le obsequiaron un magnífico retrato del propio Walter en sus años mozos, tal como lo conocí cuando ya tenía camino recorrido en el arte.

Debe ser gratificante heredar un oficio de familia, como lo hacen Leonardo y Camila Albarracín, dos de los coreógrafos y bailarines de la troupe, junto a Jorge Rivero, Viviana Villarroel y Marcelo Rojas, y los asistentes: Kira Canelas y Darina Eid. Si algo caracteriza nuestra cultura es el emprendimiento familiar, en el cual intervienen todos los miembros de la familia. Los conocí antes de que nacieran, cuando Walter enamoraba con Judith Carmona y todavía no había engendrado hijos tan bellos y talentosos. Los vi crecer con la mirada viva y llena de interrogantes y ahora la vida me da el placer de aplaudirlos en el escenario.

No sé qué coreografía admirar más, si Batendo do Peito, Bulería, Abrázame o Violinista en el Tejado, o quedarme con los niños y niñas que protagonizan el Homenaje a los Conejos. Seleccionar una de ellas sería una tarea ardua para el jurado; pero allí se nota un esfuerzo común, una dirección muy seria y una ejecución que demanda seguramente mucha formación y esfuerzo. No hubo, ni por asomo, desidia o mala performance de ninguno de los integrantes del grupo; al contrario, se notaba la sana emulación por dar todo de sí y lograr en conjunto un espectáculo en su género.



EL SEÑOR DEL JAZZ

A Walter Albarracín le dicen, con razón, El Señor del Jazz. El espectáculo se llama Gracias a la Vida, que Walter justifica con palabras emotivas:

“¡Gracias a la vida por la danza! En este caminar he hecho amigos, camaradas, compañeros, hermanos. La vida me ha bendecido con su compañía, sus palabras, sus silencios, su entrega, su fe, su baile. Trabajamos juntos, sufrimos, lloramos, reímos y compartimos la música y el espacio como nuestro elemento natural para expresar lo que es imposible de decir con palabras… ¡Gracias a la Vida por la familia! Quiero hacer un punto aparte para reconocer y expresar mi más emocionado agradecimiento a los amigos, hermanos de la danza que en el momento de la prueba no dudaron en hacer presencia para brindarme su mano y su incondicional apoyo” Y entonces mencionó a varias instituciones como Prodanza, Jazzart, Ballet Folklórico Municipal, Instituto Eduardo Laredo, Bellart, Geysell Berlioz, Claudia Montes, Dennise de la Zerda, Rubén Pacheco, Ballet Folklórico de la Universidad Mayor de San Simón, Acodanza, Mariela Gonzáles, Oficialía Superior de Cultura, Madres y padres de familia. DSJ. ¡Gracias a la Vida por la VIDA! Dedico este espectáculo a DIOS y a la VIDA. ¡Que lo disfruten!”



TRA LA LA SHOW

A Walter lo conocí en toda su magnitud cuando integró uno de los esfuerzos más grandes del país para dar continuidad a una época de esplendor del teatro cochabambino, pero esta vez con un espectáculo de variedades. Peter Travesí (TRA) y Denis Lacunza (LA) confiaron a Walter el estilo y gran parte de la coreografía de Tralalá, con un cuerpo de baile que recreaba en el escenario los éxitos más grandes del jazz de todos los tiempos. Walter y quizá todos éramos jóvenes por entonces y Tralalá se convirtió en un semillero nacional, pues por lo menos cuatro grupos nacieron de sus entrañas, como nacieron personajes inolvidables protagonizados por Peter Travesí, Jenny Serrano, Alberto Gasser, Ernesto Ferrante y Hugo Daza, entre muchos otros. Walter hacía lo suyo y daba esplendor al show con el cuerpo de baile. Allí creo que nació Dance Studio Jazz, como una escuela de formación de centenares de artistas.

Si se me diera a escoger, no lo pensaría dos veces, porque el arte, y, en particular, la danza, es la ocupación más sana y el gasto más gratificante de energía para hijas e hijos. Dar y dar en el escenario, dar todo al público, vivir en esa burbuja de esplendor que es cada show debe ser una experiencia inolvidable.

Estos espectáculos nacieron con la democracia o, al menos, se desarrollaron con ella. En todo este tiempo ya largo, jamás escuché una queja contra Walter; al contrario, todas son alabanzas sobre su bonhomía, su firmeza de carácter, su disciplina y, sobre todo, el amor a su familia, que ha retoñado en sus hijos y hoy en su nieto, el hijo de Leonardo, que ya conoce el escenario y pienso que la vida nos dará energías para verlo bailar.

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