domingo, 2 de junio de 2013

La escuela popular de ‘chasqui’

Después de recorrer 27 calles en minibús desde San Miguel, el corazón de la zona Sur, a través de la avenida Ballivián, la transversal que atraviesa esa parte de la ciudad, se llega a la vía número 48 de Chasquipampa. Ferreterías, alguna que otra tienda de plantas y varios alojamientos son los comercios que se ven desde el transporte que pasa por las últimas cuadras de Calacoto, por las de Cota Cota y las primeras de Chasqui, como llaman al barrio algunos de los vecinos.

Al bajar del minibús, hay que tomar la parte de la 48 que queda a la derecha, en el sentido de subida. Es una calle sin edificios altos, característica de la zona: sólo casas, algunas pintadas, otras de ladrillo visto, a ambos lados del suelo empedrado y con árboles en las aceras. Dos cuadras más allá, en la esquina con la 29 de Enero, llama la atención un muro grafiteado en el que resalta la palabra “comunicación”. Detrás de él, no se ve ninguna construcción.

La puerta de acceso está tras el recodo que hace la pared, en el nacimiento de una callejuela.

Dentro del recinto se ve un patio más hondo que la calle y en el que hay algo de pasto reverdecido, la estructura de fierros rojos de una gran carpa sobre suelo de cemento y dos pequeñas edificaciones. En una esquina, botellas de plástico recortadas y pintadas con motivos alegres sirven de macetero a jóvenes plantas. Es la Escuela Popular para la Comunicación.

El martes 21 de mayo, cuando el reloj dice que son cerca de las cuatro de la tarde, un grupo de ocho alumnas y alumnos (mitad y mitad) de entre 15 y 16 años, del colegio René Barrientos, practican cómo grabar, preguntar y responder a una entrevista audiovisual. “Ahí están desenfocadísimos”, indica Sergio Zapata —miembro fundador de la escuela que ejerce de profesor— a los dos chicos que aprenden a encuadrar (delimitar la escena) con una cámara de fotos y video. “Un poco más juntitos”, piden los que están grabando a sus compañeros que hacen de periodista y entrevistada.

Rocío Calle, Cristian Ticona, Nelly Mamani, Bryan Choquehuanca, Sergio Berríos, Carla Bascopé, Jessica Flor y Cristian Paye se turnan para aprender a filmar y a dominar la técnica de la entrevista.

Los participantes de este taller conformarán, al finalizar el periodo de formación de dos meses, el equipo de Radio Bocina. Pero mejor, como dice Sergio, más conocido como Yeyo, empecemos por el principio.

Con experiencias laborales frustrantes, una visión crítica de la educación y mucho interés por el cine y la comunicación, Alejandro Beltrán, de la asociación cultural de cuentacuentos Artepresa, y Sergio Zapata, del colectivo de promoción de los géneros audiovisuales Cinemas Cine, pensaron en crear una escuela popular sobre el séptimo arte. Comenzaron dando algunos talleres: Sergio se encargaba de la crítica cinematográfica y Ale acentuaba en cine y montaje (curso que aún continúa y del que saldrá un mediometraje).

Pero, al final, aquello se convirtió en la Escuela Popular para la Comunicación que busca que los vecinos conozcan las herramientas comunicacionales de manera que puedan expresarse a través de ellas. Es popular porque no está regida por un currículo, no otorga un título oficial y transmite saberes sociales, “generalmente no valorados por la academia”, comenta Sergio, quien estudió Filosofía y Comunicación y tiene un máster en Educación.

Las variadas actividades de este colegio alternativo y complementario son de bajo costo (los talleres oscilan entre 10 y 30 bolivianos al mes) y, en otras, se pide un aporte voluntario (como en las sesiones de cineclub, algo que ya lleva funcionando alrededor de dos años con las proyecciones de películas de la Casa Espejo, en Sopocachi).

Además, los profes de la escuela tejen constantemente redes con otros centros y colectivos culturales. Con ellos funciona el intercambio. Por ejemplo, cuando en el espacio cultural Casa Taller de Sopocachi hay conciertos y necesitan que alguien los grabe, Sergio acude con su cámara. Luego, si en Chasquipampa hace falta músicos, los del taller hacen su aporte sin que medie el capital. “Es un modo de producción que, al final es propio: ¡el ayni! Siempre ha existido pero no sé qué hicieron la escuela tradicional, los medios, que nos olvidamos de eso y nos hicimos dependientes de la cooperación”, expresa Yeyo. El ayni, en cambio, funciona con el colectivo Reacción Climática, El Búnker, Cinemas Cine, Casa Espejo, El Desnivel y Artepresa.

Los integrantes del colectivo trabajan en los derechos de la gente, pero también “coquetean” con el anarquismo. “No está izada nuestra bandera roja y negra, pero el puño dice mucho”, señala la pintada, sobre un muro del patio, de una mano izquierda cerrada, símbolo del colectivo. “Por nuestro puño piensan que somos una facción trotskista”, se ríe Yeyo. El año pasado, al menos una vez por semana, alguien se contactaba con la escuela para saber quién los financiaba, porque “la gente mayor no entiende lo del aporte voluntario”.

Febrero de 2012 fue la fecha de arranque de las actividades, con una sesión de graffiti (el colectivo interviene muros del barrio, siempre en previo acuerdo con los vecinos) y un concierto del grupo paceño rockero Reverso, si bien es cierto que en esta zona periférica de la ciudad lo que triunfa más es otro estilo de música, asegura Sergio. “El barrio es cien por ciento rapero”. Mira a los jóvenes del taller, que ya han terminado y están poniendo música electrónica mientras esperan que llegue el profesor de breakdance, y rectifica: “El 98 por ciento. Por eso hacemos el Chasqui Rap”, una actividad periódica en la que se arma un sencillo escenario en la calle y en el que el micrófono está abierto para que cualquiera pueda animarse a cantar al ritmo del rap o hip hop.

La inauguración de la escuela se hizo en la antigua sede, cinco calles más arriba, en el local del centro cultural Yaneramai. En diciembre, se trasladó a su actual ubicación para cumplir con una de sus premisas: autonomía, junto con la de autogestión y solidaridad. El terreno es de Ale. “Estaba abandonado, hemos hecho una capa de cemento, construido esa habitación”, señala Yeyo. En unos cuantos fines de semana, el espacio estaba más o menos habilitado para seguir con las actividades educativas. Aún falta el suministro de agua y el baño, así como una lona para cubrir la estructura de fierros y tener lista la carpa, a donde se trasladarán las proyecciones de cine que ahora se hacen en uno de los cuartos, algo fríos al llegar la noche. Será también un espacio multifunción móvil, pues puede desmontarse (eso sí, con ayuda de varias personas). La idea es hacer con él “tomas de comunidades”: ir a pequeñas poblaciones altiplánicas llevando cultura.

La otra habitación será el estudio de grabación de los programas de Radio Bocina, que luego se transmitirán por la calle a través de parlantes. Esto forma parte del proyecto Yo Voces, en el que participan también el espacio El Desnivel y Conexión Fondo de Emancipación. La iniciativa está enfocada en la erradicación de la violencia en Chasquipampa, mediante la formación de los jóvenes en comunicación y teatro. Por ello, además de las retransmisiones, se hará también una radionovela y la representación de una obra teatral. El estudio servirá también como centro de grabación para cantantes de rap.

Sobrevivir de la vocación

Además de Yeyo y Ale, Gilmar Gonzales, Andrea Monasterios, Juan Luis Gutiérrez, Valeria Milligan, Horacio Navas, Gabriela Paz, Mary Carmen Molina y Claudio Sánchez aportan a la existencia del lugar. Y no hay que olvidar al diseñador del espacio, Marcelo Avilés. “Ya hemos salido del activismo cultural, para nosotros (esto) es profesión. No es una actividad de ocio de los sábados”. ¿Se puede vivir trabajando para la educación popular? “Sobrevivimos haciendo esto”, explica Sergio muy risueño. “Todos venimos de haber tenido experiencias laborales frustrantes”.

No faltan los colaboradores de fin de semana, que tienen un trabajo formal de lunes a viernes y que acuden de toda la ciudad “gracias a la redes sociales”, especialmente de Facebook, a echar una mano con los talleres o con lo que haga falta.

la escuela tiene una gran actividad: en su muro anuncia las actividades y sube videos cortos (de unos tres minutos) casi a diario, tanto propios como enlazados desde YouTube.

“La ciudad de La Paz llega hasta la calle 25 de Cota Cota. De ahí para acá, no. Hay cinco policías para todo este sector. Es zona roja”, concluye Sergio.

“¿Qué han visto del barrio en el último año en la prensa?”, les pregunta a los chicos y chicas cuando va a visitar colegios de la zona e informarles de la existencia de la Escuela Popular para la Comunicación. Tras un silencio, suele escuchar la misma respuesta: “La fiesta (la entrada de Chasquipampa) o delitos”. Y Sergio da su explicación: “Porque a quienes producen las noticias no les interesamos. Por tanto, nosotros somos productores. Estamos haciendo un ejercicio de poder, distribuyendo el poder”.

Iniciación cinematográfica, cine y psicodelia, documental de bolsillo (grabado con el celular) y una nueva edición de crítica son algunos de los talleres que van a comenzar, además del de guerrilla comunicacional, en colaboración con la Universidad Privada Franz Tamayo (y sin que los costos habituales se alteren). Todo, con la finalidad de crear periodistas ciudadanos, mediactivistas y de democratizar el acceso a los medios. La escuela es una “trinchera frente a otros discursos”.

Periodismo ciudadano

“¿A quién le falta cámara y quién falta que nos cuente su vida?”, consulta el profe de comunicación audiovisual. Bryan y Carla se animan a hacer de periodista y entrevistada, respectivamente. Están aprendiendo a hacer un reportaje periodístico, empezando por la entrevista a una fuente. “Preguntas básicas, como qué, quién, dónde...”, explica Sergio Berríos, uno de los chicos. Al fondo del aula, sobre una pizarra blanca, dice: “El aborto. Fuentes: Clínica-Doctor-Chicas adolescentes que abortan”.

Si estos chicos pudieran tomar una cámara hoy mismo y se pusieran a hacer un noticiero, cuentan que hablarían de los problemas de contaminación que hay, por ejemplo, con la basura, de las jaurías de canes vagabundos, de los conflictos familiares o de las pandillas. Carla sugiere: “De los maltratos varios, porque donde yo vivo, la Policía apenas si se acerca”.

En tan sólo unas semanas, estos jóvenes tendrán la oportunidad de comunicar a través de Radio Bocina estos temas de los que, insisten, los medios no se ocupan.

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