domingo, 28 de abril de 2013

Alberto Medina: La vida como obra

El "Premio Obra a Toda una Vida 2011", otorgado por el Gobierno Municipal de La Paz, al pintor orureño, Alberto Medina Mendieta, es un justo reconocimiento al trabajo creativo ininterrumpido del artista que ha producido una vasta obra durante más de medio siglo. Seis museos de La Paz vienen exhibiendo parte fundamental de su producción, la misma que se traduce en una diversidad de géneros plásticos, expresada en más de 1000 obras.

Medina conjuga una vida consagrada al arte, con una intensa búsqueda por expresar su universo creativo a través de diferentes recursos expresivos. Oleos, acuarelas, esculturas, dibujos, grabados, esmaltes, murales traducen un trabajo signado por la exploración de un lenguaje que se quiere fiel a sí mismo.

La temática de su pintura emerge substancialmente de su entorno. Alberto Medina pinta el mundo que le rodea, sin embargo éste es tamizado a través de una sensibilidad que comulga con una condición social y una cosmovisión. Lo andino, lo minero, lo rural, lo inmediato cotidiano cobran vida, y más que universos autónomos configuran una unidad complementaria, hecho que termina otorgándole identidad a su obra.

Ésta, toca la historia para enfatizar el orbe de los desposeídos. Ellos constituyen sus personajes paradigmáticos, desde ellos y a partir de ellos se plantea una mirada al país: mineros, grupos de k’oyas, huérfanos, palliris, rostros prohijados por la ignominia, vehemencias, crispaciones, indígenas que nos contemplan desde un silencio interpelante. No menos importante es el simbolismo mítico que los rodea: montañas, deidades, dentro una atmósfera donde el tiempo histórico se funde al tiempo mítico.

Medina es un pintor de la solidez. Por ello, la identidad de lo pétreo es una de las características que más llama la atención en sus lienzos. Bloques sólidos resueltos bajo formas semifigurativas traducen una poética de la concreción. Seres que bajo esta condición abrazan lo telúrico e insinúan desde su densa corporeidad la permanencia y su peso ontológico. Como la roca de las montañas, acusan perennidad y por lo mismo la vigencia transtemporal de su identidad no exenta de dolor y padecimiento. La recreación de la monumentalidad andina traducida en una integración de bloques y junturas asemeja las estructuras del templo de Kalasasaya, el hieratismo como una forma de consagración de mitos y símbolos de nuestro legado ancestral.

Mas, lo pétreo trama una textura que invade los seres y les dota de una identidad granítica. La piedra los posee y les otorga gravedad, es más, lo pétreo se torna piel y viceversa. A su vez, la textura se insinúa bajo el aura del arte abstracto, técnica que nos recuerda las imbricadas tramas de Pollock, de este modo se conjuga nuestro pasado con expresiones contemporáneas del arte, donde incluso se perciben resonancias cubistas.

La obra no funda su tensión en la aglomeración ni en la profusión de personajes, más bien en una economía de presencias que conjuncionadas denotan intimidad, tensión dramática y una fuerza expresiva –hermana de la iconología Guayasaminiana.

Los rostros en no pocos cuadros reproducen una faz monolitoide: mujeres, niños, presencias humanas que conjugadas expresan la marginalidad, el abandono, la desolación; pero también su envés: los cuerpos anudados del amor y la fruición erótica, el encuentro, lo maternal y esa ternura que exhalan los márgenes.

En cambio, la acuarela es un espacio privilegiado para la escenificación de paisajes de provincia y ángulos urbanos, ahí se recrea este país recóndito que alberga el latido de casas, capillas soledosas, siluetas fugaces, vericuetos caros a los ojos del artista.

Medina además se ha sumergido en la producción de otros géneros plásticos como la escultura, recurriendo a la cerámica, la chatarra e inclusive el hueso; a su vez, la apelación a constructos atípicos bajo el marbete de "Ocurrencias", remontando su propio estilo y apostando por la experimentación, donde inclusive no son extraños atisbos naif. La exploración del "arte naipe" le ha permitido la creación de obras que desafían una mirada plural, convocando diferentes perspectivas de lectura, desde una composición polivalente del espacio pictórico.

En un paseo atento por la obra, se percibe más que fases, una incesante búsqueda de formas expresivas, es decir libertad de desplazamiento entre diferentes alternativas plásticas. Si el leit motiv temático es más o menos estable, no lo son los géneros, técnicas, cromáticas y uso de materiales; en cada uno de ellos, el artista indaga, reinventa, genera coaliciones imprevisibles. Tanto es útil un trajinado periódico, una madera desechada, un afiche que es objeto de un re-make, como la escultura labrada en hueso. De este modo, parte fundamental de su lenguaje plástico es producto de una búsqueda heterodoxa, hecho que revela una actitud abierta y anticonvencional en el arte.

Medina no opta por el desborde de la luz, en su obra los colores se complementan de tal manera que terminan creando un clima psicológico y una estética fiel a los temas que aborda. Una combinatoria de cromáticas terrosas y ocres destacan torsos, rostros y manos. Con él, uno aprende a valorar el efecto discrecional de la luz, destellos austeros que revelan los cuerpos y las formas. Lo que no quiere decir que en sus trabajos sobre el carnaval de Oruro, por ejemplo, los colores desplieguen una luminosidad y tonalidad intensas, inspirados en el poder centelleante de la fiesta.

Su pintura, más que contarnos algo, nos presenta un universo de personajes y símbolos que al mismo tiempo de revelar parte substancial de la cultura andina y la cultura popular de las comarcas mineras, se proyecta allende como propuesta universal –ello explica su reconocimiento y valoración en varios países del mundo.

Alberto Medina Mendieta (Oruro, 1937) ha realizado estudios de artes plásticas en la Escuela de Bellas Artes de Oruro, siendo además docente y catedrático de diferentes centros de formación artística. Prosiguió estudios en la Escuela de Bellas Artes de Paris-Francia donde a su vez participó activamente en la Revuelta de mayo del 68, junto a intelectuales franceses de vanguardia. Su obra ha sido expuesta en numerosos países de América Latina, Europa, además en Japón y los EEUU. Ha pintado notables murales –como el del Santuario del Socavón de Oruro– y fue acreedor a numerosos premios, en diferentes géneros, dentro y fuera del país.

Con Medina, accedemos a una obra de latitud y solidez considerables como el altiplano y sus montañas, una obra diversa y proteica comparable a nuestra identidad. Una obra, en fin, que dice al país desde una estética, una visión y una convicción propias.



Edwin Guzmán Ortiz. Oruro 1953.

Poeta, escritor y crítico de arte.

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