domingo, 1 de julio de 2012

Eduardo Calla repuso su primera obra como Escena 163: ‘Buenas Influencias, bonitos cadáveres’

Hace más de una década, Eduardo Calla regresaba de Francia como la promesa boliviana de la escritura teatral. Volvía apadrinado por el teatrista francés Hubert Colas. Eduardo tenía 21 años y cargaba dos rótulos ambiciosos: “dramaturgo” y “contemporáneo”.

Hoy, sopladas las 33 velitas, Calla celebra diez años de trabajo constante en el teatro boliviano, reponiendo las obras en que ocupó el rol de dramaturgo y director, una por mes. En junio vimos Buenas influencias, bonitos cadáveres, el primero de estos trabajos.

La obra gira en torno a dos mujeres que se topan/conocen antes de abordar el vuelo 163 con destino a Miami. Berta (Mariana Vargas) es muy dulce y quiere irse del país, conocer más gente, sacar fotos, coleccionar amigas... ante todo, le urge encontrar a alguien que la recuerde. A Petra, en cambio, no le gusta ni su nombre —se hace llamar Pet (Soledad Ardaya)— está hastiada y no quiere nada nuevo en su vida, menos aceptar un pasaje de regalo para dejar el país. Ambas tendrán que vérselas con una Eufórica Turba de Despedida que hará que las dos se influencien hasta confundirse.

Buenas influencias, bonitos cadáveres es la primera obra que marca la vocación contemporánea de Calla. Es un texto de gran fuerza y belleza —en el que participó también Toto Torres—, donde la sonoridad de la palabra resalta en una puesta en escena imaginativa —una banca y una silla que se hacen coche, una rampa que se hace infinita en la pared, en una ambiciosa escenografía de Galo Coca— donde los actores logran registros más íntimos a los que, en ese entonces, nos tenían acostumbrados a los espectadores. La profunda influencia del cine en la forma, la interpretación y en el lenguaje cerraría los primeros patrones.

Si en un principio (2004) Mariana Vargas —que se estrenó con Calla en las lides actorales universitarias— ofrecía la frescura de un rostro nuevo y se alejaba del lenguaje y la técnica clásica; ahora sacó a flote toda su madurez como actriz, revelándose fuerte y poderosa desde un personaje desequilibradamente dulce, proponiendo más y más capas de subtexto y relectura a sus parlamentos. Por su parte, Soledad Ardaya —que se unió a la obra, luego de que Claudia Zegarra dejara el personaje de Pet— aportó con su amplio dominio del cuerpo y la voz, así como con la fuerza capaz de chocar y quebrarse ante la aparente fragilidad de Berta. Completa el reparto Denisse Arancibia, sutil e inquietante.

La obra explora los anhelos juveniles y las vivencias diarias con un dejo de nostalgia y desesperanza. Sin embargo, no por joven es menos compleja.

Estructuralmente, Buenas influencias, bonitos cadáveres resulta menos condescendiente con el público, obligándole a prestar atención a cada palabra, tanto así que hasta sus silencios deben ser enunciados. Y esta puesta, también más madura, evidencia que es un texto que ameritará, quizá en diez años más, que nueva gente escarbe en lo que se quiso decir y aún no se dijo.

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