domingo, 3 de junio de 2012

Las bolivianas en los ojos de Muna

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Divulgación Pueblo Paiter-Suruí
Divulgación Pueblo Paiter-Suruí
El jefe Almir Suruí (izquierda), en su aldea en medio de la selva amazónica.
El pueblo nativo paiter-suruí, en el corazón de la Amazonia brasileña, no tenía contacto con el mundo occidental apenas 45 años atrás. Hoy apuesta a los complejos mercados de carbono para garantizarse su supervivencia.

Habitantes del territorio Sete de Setembro, casi 250 mil hectáreas situadas entre los estados de Rondonia y Mato Grosso, cerca de la frontera con Bolivia, los paiter-suruí han vivido una historia vertiginosa en las últimas décadas.

Apenas tres años después de su primer contacto con el “hombre blanco”, en 1969, casi llegan a la extinción: la población de 5.000 personas se redujo a sólo 300 por la mortandad que causaron las enfermedades traídas por los invasores. Hoy son unos 1.350 y están determinados a perdurar.

Suruí es el nombre que los antropólogos les dieron. Ellos se llaman a sí mismos paiter, “el pueblo verdadero, nosotros mismos” en la lengua tupí-mondé que hablan.

El negocio al que aspiran es parte del Proyecto de Carbono del Bosque Suruí, aprobado en abril, que prevé ingresos por 40 millones de dólares en 30 años.

Estas acciones están previstas en el régimen de Reducción de Emisiones Provocadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques (REDD+) que impulsa la Organización de las Naciones Unidas como instrumento para mitigar el cambio climático. La compraventa de derechos de emisión de carbono, o certificados de carbono, está prevista en los sistemas de control del cambio climático para que empresas o países que son emisores netos de gases de efecto invernadero paguen a otros que tienen mecanismos para reducirlas.

Luego de décadas resistiendo el embate de taladores, cazadores y colonos, desde 2005 los suruís han plantado 14.000 ejemplares de 17 especies, entre ellas cacao y café, árboles de maderas nobles como mogno (caoba), cerejeira e ipê, y frutales como las palmeras açaí, pupunha (palmito) y babasú. “Queremos beneficiar a nuestro pueblo y desarrollarnos de acuerdo con nuestra necesidad de la región, valorizando productos forestales.

Una política económica verde es justamente una planificación de uso sostenible”, dijo el líder de este pueblo, Almir Suruí, que también integra la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña.

El jefe Almir, de 38 años, siempre lleva su cuerpo pintado y luce collares de semillas nativas confeccionadas por las mujeres de su pueblo. Pero también se calza una vestimenta occidental cuando tiene compromisos fuera de su aldea, que sin embargo no esconde del todo la pintura corporal.

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