domingo, 13 de marzo de 2011

HUGO POZO ‘SOY UN ACTOR DRAMÁTICO’

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Hace 37 años que pisa los escenarios. De niño vio a Cantinflas en la película ‘El extra’ y se dijo que de grande sería cineasta, hasta que se enteró de que no es cosa de uno solo. Se había olvidado del sueño, pero el sueño no se olvidó de Hugo Pozo Arias, así que le dio la oportunidad de convertirse en un actor al que la vida llevó a la comedia.

“¿Papá? Nos han dicho que te has muerto, que te están velando”, oyó Hugo Pozo la voz asustada de su hijo Guery al teléfono. “¿Ah, sí. No lo puedo creer?”, fue la respuesta del actor, entre sorprendido y divertido. Es muy posible que el incidente esté ya en su mente de libretista y vaya a plasmarse en una próxima aventura de Ringo Guarachi Vergara, más conocido como El Warjata, personaje de mil oficios.

Hugo Pozo Arias está más vivo que nunca, trabajando intensamente en su escuela de teatro ubicada en la calle Ayacucho, muy cerca del Obelisco paceño. Allí, en un espacio que le permite tener una pequeña oficina, una sala para las clases teóricas y otra rodeada de espejos para las prácticas, el artista acepta rememorar su trayectoria que le ha llevado del teatro dramático a la comedia y de allí al cine.

“Comencé en 1973, así que tengo 37 años de vida artística”, dice con su voz grave a tono con el rostro de hombre serio, que podría parecer intimidante para quien no lo conozca a fondo.

“Cuando era niño vi una película de Cantinflas, El extra, y desde entonces hacer cine se volvió mi sueño. Pero, cuando averigüé que eso no era cuestión de una sola persona, que se necesitaba maquillistas, continuistas, guionistas, etcétera, me olvidé del sueño”, confiesa.

Pero el sueño no se olvidó de él y, cuando estaba en los últimos cursos de colegio, un amigo suyo, Guillermo Aguirre (que haría cine años más tarde) “me llevó a arrastrones a un taller de teatro experimental que dictaba Eduardo Cassís”.

Actor dramático

Durante siete años, el joven Hugo alternó sus estudios de colegio primero y universitarios después —siguió la carrera de Psicología— con las obras del teatro universal: Juana Azurduy de Padilla, Madre Coraje, Yerma... “Comencé con papeles chicos, como extra; pues es así como un actor va ganando experiencia y escalando”.

En una de esas representaciones fue visto por Tito Landa —director de teatro que falleció a fines de los 90—, “quien me invitó a ser parte de su compañía. Me dijo: ‘pero nosotros hacemos teatro nacional, popular’, y le respondí que no había problema”.
La obra en la que actuó es Escuela de pillos (Raúl Salmón de la Barra). “Ahí comencé a hacer mis primeras travesuras teatrales”, rompe el rigor con una sonrisa, y dice que mereció un comentario en la prensa que destacó su perfil cómico.

“Yo soy un actor dramático —retoma el gesto grave—, me encanta el drama; pero los artistas nos debemos al público y éste me exige que haga comedia”, justifica el carácter de su compañía, bautizada como “Hugo Pozo”, que ante todo se dedica a hacer reír a la gente.

En tiempos en que trabajó con Tito Landa, a Pozo le tocó, en los 80, representar un papel secundario en la obra Los plebeyos, de Jorge Wilder Cervantes. Don Gabino, el personaje, es un extravagante tinterillo de hablar rebuscado, pero cuyos modales pueblerinos sobresalen a cada momento pese a la levita y los guantes blancos.

Hugo Pozo se robó la obra en la que compartió papeles con un muy joven David Mondacca y con Mery Rada, entre otras figuras de la escena nacional. “El personaje, la forma de interpretarlo, ha sido copiado luego por otras personas en varias obras”, comenta con un dejo de satisfacción. Y es cierto, el teatro popular mostró luego varios “Gabinos” y hasta el mismo Pozo se copió a sí mismo en otras como Dos hermanas para un Ñoño, en la que además le tocó dirigir al actor mexicano Édgar Vivar, famoso por la serie de televisión El Chavo del 8.

“Uno va inventando recursos que no figuran en el texto del autor, como cuando Gabino y el personaje de David se comen un venadito; yo no me quitó para nada los guantes, pese a que cojo las presas con las manos, salvo al final cuando inesperadamente me chupo los dedos”, termina de recordar su picardía con una carcajada que se prolonga algunos segundos.

En general, el que escucha las carcajadas de los demás es este actor. Su personaje, El Warjata, se ha hecho muy popular. “Cuando estrenamos Ayyy Warjata, qué warjata, la gente durmió la noche anterior para conseguir las entradas en el cine México. La fila llegaba hasta la calle Armentia (luego de trepar la larguísima y serpenteante cuadra de la Av. Montevideo). Ya en la obra, “la gente se mataba de risa, tal cual ha pasado en El Alto y hasta en Buenos Aires y Sao Paulo, donde fuimos a actuar para los residentes bolivianos”.

El Warjata recuerda, en varios aspectos, a otro personaje al que Pozo dio vida. Es Rigucho, creación del dramaturgo, actor y director Raúl Salmón (La Paz, 1926-1990) y que este mismo interpretó en las obras de teatro social, como bautizó a su trabajo. En los 90, Pozo encarnó a ese hombre humilde, optimista y de sentimientos nobles en El partido de la contrapartida.

Estuvo desopilante. Hay una escena en particular que se puede calificar de brillante. Rigucho, empleado del almacén donde se ha producido un robo, es injustamente acusado. Ni su patrón le cree y le entrega a los policías que le quieren arrancar una confesión, así que lo atan a una silla y le torturan. El público está dolido, pues ya se ha encariñado con este Rigucho que en medio de sus gritos de dolor pide clemencia recurriendo a una canción de moda: “No me hagan más daño, no me hagan más daño...”. Las risas rompen el momento dramático. Claro que una cosa es contarlo y otra ver al actor en el escenario.

La memoria de Pozo propone un otro salto al pasado para recordar cómo se cumpliría, finalmente, su aspiración de niño:

Actuar en cine. En los años 70, al finalizar la función de Escuela de pillos, le buscaron tres hombres que pronto supo que se llamaban Paolo Agazzi, Cacho Soria y Antonio Eguino. Semejante comitiva le hizo una propuesta: que se presentase a la prueba para una película que estaba en curso. El actor de teatro hizo así su primer papel secundario en la segunda historia de la tetralogía Chuquiago, el film que muchos consideran que está entre lo mejor de la cinematografía boliviana.

Allí dio vida al amigo de Johnny (el fallecido Edmundo Villarroel), dos jóvenes de extracción humilde, hijos de migrantes del campo que luchan por integrarse a la urbe; en el caso de Pozo, convertido en un pillo.

“Luego de eso he participado en 22 películas más, dirigidas por profesionales nacionales y extranjeros”. Como pillo también fue parte de American Visa, película del año 2005 dirigida por Juan Carlos Valdivia, en la que trabajaron los mexicanos Demian Bichir y Kate del Castillo.

Por estrenarse en Bolivia, posiblemente en marzo próximo, hay otra cinta dirigida por el chileno César Caro y que se titula Tercer Mundo, mezcla de drama y comedia, que se filmó en Guatemala, Chile y Bolivia. En la historia de tres jóvenes, de un viaje fantástico y aventuras, Pozo encarna a un hombre con conocimientos de los misterios de la cultura tiwanakota
Un hombre llamado Warjata

Hace tres años, argumenta el artista, el teatro popular se había quedado sin el público masivo que lo seguía casi de manera incondicional. “Se produjo una saturación de ver una y otras vez reposiciones de las obras de siempre. Así que me planteé el desafío de buscar algo nuevo. Tenía en mi mente el diploma de un curso de dramaturgia que pasé con Raúl Salmón el año 1990, con el patrocinio de la Universidad Mayor de San Andrés, y algún texto que me animé a escribir. Pero tenía miedo de que no gustase ni a mis compañeros”, se pone serio el actor.

En esa obra nacía El Warjata que, cuando se produjo la primera lectura, recibió entusiasta reacción, “la misma que despertó en el público la puesta en escena”, y que le llevaría a crear El matrimonio del Warjata y Te voy a mostrar una cosita .

“Sí, El Warjata tiene algo de Rigucho—tiende nexos Hugo Pozo—, aunque éste último es un migrante del campo y el otro un hombre citadino; pero ambos son divertidos, dicharacheros y muy humanos”. ¿Edad?, “Ringo Guarachi tiene entre 35 y 40 años”, confiesa el actor que así, en el escenario, puede mantenerse joven.

Hay que decir que este artista es de los afortunados, pues vive de su actividad teatral. “He podido hacerme de un departamento, tengo un vehículo y este espacio (señala el piso del taller), así que mal no me ha ido”, afirma quien sostiene a su familia compuesta de esposa y dos hijos. “Guery, que sigue ya mis pasos, pues está actuando en las obras, y Milenka, una estudiante de Comunicación que considero que es de las mejores críticas, no sólo de mis obras, sino del teatro, pues ha crecido entre ensayos y representaciones”.

Si de críticas se trata, el teatro bautizado como popular no siempre ha merecido el interés de los medios de comunicación. Pero eso a Hugo Pozo no debería preocuparle. La reacción de la gente, y no sólo en La Paz, le permite seguir trabajando, dice. De hecho, apenas termine el taller que dicta en La Paz, donde tiene una alumna de 70 años —”su publicidad dice que recibe a gente de hasta 80”, le habría dicho al momento de inscribirse—irá a Sucre para encontrarse con ávidos estudiantes.
Además, entre sus anécdotas, el actor atesora una en particular: “Cuando actué como el Sambo Salvito (el ladrón, mulato, que es una leyenda en La Paz), cierto día en que yo paseaba por la calle fui interpelado por una viejita que comenzó a golpearme”.

(A partir de este momento, Pozo actúa, cambia de voz y de rol):

- Señora, qué pasa, le decía yo.

- Negro maldito, haz hecho sufrir a tu pobre madre...

“Un señor tuvo que explicarle que soy un actor. Por supuesto que yo no estaba molesto, sino encantado, feliz”.

Pozo se reencontró en la escena con David Mondacca, quien le invitó a dar vida a Santiago de Machaca, personaje de Jaime Sáenz, en la trilogía que Mondaccateatro dedicó al autor paceño. Con esta obra y con Marca para tres viajaron al festival de Antofagasta (Chile). “Fue impactante”, resume su baño de drama, aunque, ya en su grupo, está claro que seguirá con la comedia, “total, ya bastante tragedia vive nuestro país como para privarle de la risa”.




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